miércoles, 6 de enero de 2010

Año nuevo, vida nueva

Antes de nada, ¡feliz año nuevo a todo el mundo! Empieza una década más, llena de buenos propósitos para nosotros mismos y para con el mundo. Especialmente para éste último, ahora que está en boga –más aun si cabe- el tema del cambio climático, debido, en parte, a la cumbre del mes pasado de Copenhague. Con esta cumbre, el cambio climático ha perdido la poca credibilidad que le quedaba, o al menos, la idea de que nos importa algo, ya que desde hace meses están saliendo de debajo de las piedras tipejos afirmando que es una mentira. Bueno, aunque así fuese, ¿por qué no tratar un poco mejor al planeta Tierra? Que pasa ¿qué tenemos que esperar a que “realmente” se de un cambio climático a escala mundial para empezar a reducir nuestras emisiones de CO2 a la atmósfera? No creo ser la única persona en este mundo a la que la idea le parece ridícula. Que si, que es cierto que el planeta ha pasado por ciclos y el clima en estos millones de años ha cambiado muchas veces –aunque no de forma tan brusca como en estos años- y todo eso, pero aun así, si sabemos que estamos haciéndole mal a nuestro hogar ¿tenemos que esperar a que el asunto sea irreversible para acabar con ello? Es absurdo.
No obstante, dejemos la “teoría de la conspiración climática” a un lado. Cuando digo que ha perdido credibilidad me refiero a que el asunto ha perdido credibilidad a nivel político. La cumbre ha sido un fiasco. Tampoco es que se esperase demasiado de ella, la verdad, pero ha resultado aun más decepcionante de lo previsto, si cabe. Un texto de apenas tres folios, el cual sólo incluye de forma orientativa la reducción de emisiones que cada país ha presentado a la cumbre. Ni una sola declaración vinculante, que pueda ser legalmente exigible a los Estados firmantes; India que va por su cuenta, diciendo que este es un problema creado por los países ricos; China, otra que tal, palomita suelta; EE.UU. llorando porque claro, no entendemos que no pueden cambiar el mundo ellos solos; y nadie que quiera soltar un duro para ayudar a que los países en desarrollo se desarrollen –valga la redundancia- con tecnología menos contaminante.

¿Y la gente que hace? Pues se queja, que es lo que mejor se nos da. Miramos el telediario y vemos que “cuatro colgados” han ido a Dinamarca a protestar y a gritarle al presidente Chino y a Obama porque sus países están destrozando el planeta. Y seguimos comiendo. Y comprando, por cierto. Comprando en tiendas de todo a 100 –o todo a 1€, que hasta los bazares chinos han entrado en la etapa euro-. Reciclamos, gastamos miles de euros en que vaya gente a los colegios a decirles a nuestros niños de cinco años que el papel va al azul, el plástico al amarillo y el vidrio al verde, pero seguimos comprando en estas tiendas de todo a 100, las cuales fabrican sus vaqueros precisamente en países como India, que no quieren reducir estas emisiones de gases tóxicos, ni los podemos obligar. Y se niegan porque quieren, porque saben que la gente no va a dejar de comprar sus productos, ya que, pasándose estos controles por donde ellos saben –junto con las diferencias salariales y demás beneficios de la deslocalización que todos conocemos- esos vaqueros son infinitamente mas baratos que otros fabricados en España –o donde sea- ya que aquí nuestras empresas tienen que cumplir, desde hace años, unas normas relativas al medio ambiente, que les suponen un desembolso considerable –al margen de que algunas las cumplan o no, están obligadas a hacerlo-. No es coherente. No somos coherentes, señores. No vale quejarnos porque estamos dejando en herencia a nuestros hijos un vertedero por planeta, cuando nosotros mismos compramos los productos que precisamente favorecen esta situación, por ahorrarnos unos eurillos que usaremos para irnos de cañas.

Y ahora me voy, que necesito comprar un par de cosas en los chinos de abajo. Que majos ellos que no cierran nunca.